Por qué es discriminatorio obligar a una persona ciega a sentarse en una zona determinada en un estadio de fútbol y por qué la sociedad no debería decirles a los héroes que no lo son, especialmente cuando hacen falta

Jorge Bolaños Martínez es el presidente fundador de Dragones de Lavapiés y ha sido presidente hasta mayo de 2021. Tras intentar acceder a un estadio de fútbol con su hijo de trece años y sus amigos fue informado de que, por ser ciego, debía obligatoriamente permanecer en el área reservada para personas con problemas de movilidad. En este artículo explica por qué esta actuación fue discriminatoria y contraria a las recomendaciones de accesibilidad UEFA. Desde la actual dirección creemos que sus palabras son muy valiosas, que la prensa recogió su protesta en su momento de una forma muy poco respetuosa y que sólo hay que esperar a que otros más reaccionen para que los responsables de accesibilidad de los estadios cambien sus políticas. También queremos destacar la paradoja de que semanas después de que Jorge Bolaños fuera considerado como una persona incapaz de actuar ante una emergencia en un estadio de fútbol, se desató una pandemia en la que el miedo paralizó a la mayoría y fue su valentía, inteligencia y liderazgo la que impulsó el banco de alimentos del Lavapiés, canalizando ayuda para cientos de familias. Sencillamente anotamos que, en un estadio en llamas, de haber algo que hacer, Jorge sabría qué.

Artículo de Jorge Bolaños Martínez:

Algunas semanas antes de que fuera decretado el confinamiento de la población por la
incidencia del virus Covid-19, un pequeño grupo de dragones y dragonas hacíamos cola en las
taquillas para entrar a un estadio y disfrutar de un partido de segunda división de fútbol,
apoyando al equipo del que varios somos aficionados. Uno de los asistentes era ciego, y tuvo la
tremenda osadía de querer estar con el grupo, sentado en las butacas del graderío de fondo.
Desde el primer momento, se topó con el rechazo del personal de taquillas y de seguridad, que
querían confinarlo a las localidades adaptadas para personas con movilidad reducida. Como se
explica en los párrafos que siguen, esa actitud no tiene amparo legal y sí contraviene tanto la
normativa que regula la accesibilidad de los recintos deportivos como las recomendaciones y
directrices de la UEFA, fielmente aplicadas en gran parte de las ligas europeas.
No era, por supuesto, un capricho de quien escribe estas líneas (la persona ciega), que se vio envuelta en una situación sufrida seguramente por otras muchas con diversidad funcional a lo largo de su vida. Es una cuestión de derechos fundamentales, de no pisotear la dignidad por ser diferentes.
El calado social de la accesibilidad a espectáculos y recintos públicos es muy amplio, afectando
a millones de personas en todo el mundo. Analizamos pues las no siempre sanas relaciones
entre diversidad funcional y deporte, en todas sus facetas y etapas.
En lo que concierne al deporte de base, el mayor éxito consiste en poder practicar un deporte
con normalidad, tanto por las posibilidades reales de acceder a las instalaciones y
equipamiento necesarios como en cuanto a disfrutar de la práctica deportiva con sensación de
plenitud, es decir: sin experimentar -ni tan siquiera temer- la desagradable sensación de
comprobar que, una vez más, se les excluye o se les tolera por exigencias del guión. Eso, y no
otra cosa, es la inclusión de la diversidad funcional; en el deporte, al igual que en cualquier
otro ámbito de la vida.
Exactamente lo mismo que cuando estas personas eligen vivir como espectadores el ambiente
emocional- de las competiciones del deporte de élite. Para quienes presentan lo que la jerga
burocrática denomina discapacidades severas, sentirse parte activa de una hinchada, por
ejemplo, se convierte en un reconocimiento, mutuo y recíproco, de su inclusión en el entorno
más cercano. No de la inclusión que adorna folletos explicativos lanzados por entidades del
tercer sector para cumplir el expediente, o manuales de responsabilidad social corporativa, ni
siquiera de aquella estampada en boletines oficiales. Nos referimos en cambio a la inclusión
real; aquella que se experimenta y se transmite en la práctica cotidiana y que, por tanto, no es
necesario encorsetar en fórmulas dialécticas que, de tan usadas, pierden por completo su
significado. Una convivencia basada en estas premisas es la única que puede, al menos, marcar
el camino hacia la plena inclusión, aceptando con total normalidad las características
individuales de cada quién. Y una cuestión clave, como señala la Ley de Accesibilidad Universal,
es promover las condiciones para que, desde la diversidad funcional, se pueda asistir y
disfrutar de los espectáculos públicos, incluyendo el deporte de masas.
El sentido de pertenencia, la fuerza interior que genera la autoconsciencia de participar junto a
tus pares sin discapacidades (lo que se llama empoderamiento), es una de las emociones que
más satisfacción personal reportan; y que, al mismo tiempo, generan nuevos impulsos de
participación e iniciativas que implican como contrapartida la contribución a la sociedad de
personas que no habían tenido antes esa oportunidad.

Por el contrario, la exclusión basada en el rechazo a la diferencia afianza un círculo de miedo
que enajena la participación y la contribución social de un sector, a no ser que logremos
quebrar y deshacer esa perversa dinámica.
Refiriéndose al miedo José Antonio Marina -citando a otros autores- lo define como un
elemento corruptor de las relaciones humanas, al alzar la barrera de los prejuicios y recelos
frente al conocimiento recíproco y la interacción en igualdad de oportunidades.
El miedo corrompe las relaciones sociales con las personas diversas funcionalmente cuando se
transforma en refugio de la exclusión y el rechazo. Y, mucho peor aún, cuando ese rechazo
irracional se presenta ante la persona excluida como una bondadosa protección. El rechazo de
esa pretensión salvadora de los tullidos deviene en enfado cuando el fraude es descubierto,
cerrándose así el círculo del miedo del que hablamos; que es también un temor primario a
unas condiciones físicas, sociales, económicas o mentales vistas como terribles amenazas ante
las que solo cabe huir o defenderse.
Tratando de ocultar su irracionalidad y su carencia de fundamentos, la piedad excluyente y
discriminatoria recurre a falacias de todo tipo, como la invención de normas o la errática
interpretación de las vigentes.
Por ejemplo, el requisito legal de adaptar un determinado número de localidades no supone
en absoluto la obligatoriedad de que personas con diversidad funcional las ocupen, salvo que
sean las únicas a las que pueden acceder (sillas de ruedas). De igual modo que una persona
ciega no está impelida a ocupar un asiento destinado a personas con necesidades especiales
en un autobús, aunque la compañía de transporte haya de reservar esas butacas si así lo
estipula una ley.
Si existe un protocolo de seguridad bien diseñado, con las adaptaciones y reformas necesarias
en las instalaciones, con la voluntad de favorecer la inclusión y con la formación adecuada
cuando se desconoce el significado de estos conceptos, no hay motivo alguno para imponer
medidas discriminatorias que vulneran los derechos fundamentales y la dignidad de las
personas con diversidad funcional. ¿O es que los clubes reciben dinero público, año tras año,
para discriminar y vulnerar derechos fundamentales?
Estamos pues ante una piedad dolosa y nauseabunda, que arroja sobre la víctima la culpa por
querer disfrutar a su manera de un partido de fútbol, vibrando o sufriendo con su equipo. Se
elude la propia responsabilidad a la hora de conjugar seguridad, acceso universal e inclusión,
lanzando sobre las víctimas acusaciones burdas; sintetizadas en pretender sentarse en butacas
a las que nunca deberían tener derecho los distintos, según la argumentación excluyente,
como tan bien relata Isaac Rosa en su ensayo novelado sobre el miedo como determinante de
exclusión social. Las personas con discapacidades no tenemos culpa de la ignorancia
consciente (se desconoce lo que se teme) que evidencian algunos departamentos de seguridad
en nuestro fútbol, ni de que se empecinen en no aplicar las leyes o en asumir como propias las
políticas más actuales en esta materia. Tampoco merecemos cargar con el peso de que la
accesibilidad y la inclusión en los recintos deportivos sea muchas veces vista como un grano en
el pompis.
Si ya resulta grave una política de seguridad irracional y excluyente por parte de algunos
clubes, mucho más perversa es la inacción cómplice de las instituciones que dirigen el
balompié, y de las entidades que, desde una más que dudosa sensibilidad social, asesoran a La
Liga y a los clubes sobre estas cuestiones.

Es muy ilustrativa en este punto la política inclusiva seguida por muchos campeonatos de
fútbol europeos. Allí, los ciegos podemos acceder por nuestra cuenta a los estadios, incluso sin
acompañamiento, y sentarse en una de las butacas equipadas con auriculares para seguir los
comentarios del partido o, por el contrario, escoger una localidad no adaptada. Al
proporcionar información sobre los accesos y sobre la ubicación de esos puestos adaptados, se
fomenta que los ciegos vayan solos al fútbol.
En todos estos casos se siguen escrupulosamente la normativa y las recomendaciones UEFA,
en las que ha trabajado muy bien CAFE (Centro para la Accesibilidad en el Fútbol Europeo).
Estas directrices son evidentemente vinculantes, aunque quizá sería necesario un mayor celo
en la vigilancia de su cumplimiento. O, al menos, habrían de ser asignatura obligatoria para
quienes dirigen los departamentos de seguridad de los clubes, porque parecen ser muy
desconocidas en la liga española.
Salvo que quienes dirigen los clubes se decidan de una vez a aplicar la normativa y
recomendaciones de accesibilidad de la UEFA, lo que implica también que las entidades
consultoras y asesoras hagan su trabajo, habrá que organizar viajes para que las personas ciegas o con otras discapacidades podamos
disfrutar plenamente de un partido de fútbol sin que desear ir a un estadio acarree sufrir un
trato vejatorio y humillante.
Además, puede darse la paradoja de que los mismos clubes que ponen obstáculos a personas
con diversidad funcional, con el insostenible pretexto de velar por su seguridad, son
incomprensiblemente permisivos con grupos violentos que no solo cometen delitos de odio de
forma continuada, sino que suponen una amenaza real a la seguridad del público asistente al
espectáculo.

2 comentarios sobre «Por qué es discriminatorio obligar a una persona ciega a sentarse en una zona determinada en un estadio de fútbol y por qué la sociedad no debería decirles a los héroes que no lo son, especialmente cuando hacen falta»

  1. Hola yo conozco personalmente a Jorge y su ceguera no le impide hacer sus cosas cotidianas incluido llevar un equipo d fútbol como los dragones porque una persona que tenga una discapacidad es igual d valiosa que aquellos que no la tienen por ello nadie debe discrinar a nadie por sus discapacidades

  2. Madre mía! Precisamente a Jorge, que ve más allá de lo que otr@s pueden llegar a ver!
    Me indigna leer esto, no tenía ni idea. Sin duda alguna, tiene otras capacidades que superan en creces lo limitado que pueda tener su sentido de la vista, es alucinante por ejemplo su super-poder de memorización de números de teléfonos, cómo maneja el móvil y cómo diferencia y reparte las diferentes tallas de cada equipación, incluso reconoce con el tacto los billetes y te devuelve el cambio sin vacilar, nos saluda por nuestros nombres con solo oirnos hablar a lo lejos…. Para mí Jorge es una persona ADMIRABLE! No solo porque es más que independiente para pasear a sus anchas por todo el barrio, Madrid, España, por las gradas de un estadio… como cualquier otro, sino porque GRACIAS A SU BONDAD lideró desde el principio de la pandemia la PRIMERA despensa solidaria del barrio. Con todo esto quiero decir que se tiene que sentar donde a él le de la gana, tanto en el metro como en un estadio como en un concierto, porque incluso tiene más capacidad de desenvolverse que cualquier otra persona sin sus superpoderes.
    Gracias Dolores y Jorge por compartirlo. Todo nuestro apoyo. Hay tanta falta de formación/información y de inteligencia emocional por el mundo…
    Un gran abrazo Jorge (Virginia de los Carlos)

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