profecía autocumplida en la piscina

«Callaos la puta boca», dice el guardia de seguridad de la piscina municipal. Tiene unos cincuenta años. Va vestido de marrón y lleva gafas de sol. Estoy intentando aclararme en la taquilla pues siempre es complicado el acceso a la piscina con un grupo de más de cincuenta personas con sus respectivos qr (la aplicación, que no permite más que compras de 9 en 9 y que envía las entradas a distintos correos tampoco ayuda). Más de la mitad de los niños (los más pequeños) ya han pasado con las otras monitoras y me he quedado con una veintena de adolescentes en la entrada. Somos de Lavapiés y de Guinea, Marruecos, Italia, Colombia, República Checa, Senegal… La diversidad se lee en nuestros rasgos igual que se lee en el lenguaje corporal del guardia las ganas de confrontación. Se acerca a los chicos con la cabeza pelada muy hacia atrás y con las piernas separadas. Cuando le advierto de que el lenguaje que acaba de utilizar no es el apropiado, se mantiene en sus trece. Añade datos. Dice que ya estuvimos allí la semana pasada y que nos tuvieron que echar por mal comportamiento. Nada menos que una hora. El guardia se revela como el perfecto fabricante de «fake news». Es cierto que estuvimos allí. Es verdad que echaron a tres chicos fuera de la piscina durante quince minutos en diferentes momentos de la mañana por hacer saltos mortales. Pero fueron castigos a acciones puntuales. De hecho los socorristas fueron exquisitos en su forma de imponer los castigos. Se acercaron de forma discreta a cada chico y les informaron de que no podían entrar en la piscina durante un rato. No mostraron sesgo de ningún tipo. Les di las gracias y sonrieron: «somos bastante jóvenes y nos acordamos de cuando éramos chavales», dijeron. El director del centro, una vez hemos pasado, me recuerda con mucha educación y suavidad que nos comportemos como es debido pues le han llegado quejas de la semana pasada «no por parte del guardia de seguridad». Lo dudo mucho. Lamentablemente no están los mismos socorristas. La mañana transcurre más o menos tranquila. Las señoras mayores de la toalla a la izquierda están soliviantadas porque un balón ha rodado hasta ellas. Están muy morenas. Se nota que toman el sol todos los días. Un señor mayor dice que le hemos salpicado. Los niños dicen que él les ha llamado «payasos» y más cosas. Los niños preguntan si vamos a volver a esta piscina. Algunos no han recogido bien y me da por dramatizar, por imitar un poco a esas señoras que tanto se enfadan y se quejan: «¿en serio creéis que podemos volver tal y como nos estamos portando?». Hay una mujer leyendo un libro que levanta la vista, ve a T. con síndrome de Down perfecta nadadora y futbolista, a S. recién llegado de Irak, a tantos adolescentes bulliciosos y alegres y nos sonríe: «Pero si se han portado muy bien. A mí me ha llegado un balón y en seguida se han disculpado…». Las palabras de esta señora me llenan de alegría. Pero los muchachos están maquinando algo. Sé que es y también que voy a ser incapaz de pararlo. Justo antes de salir, uno detrás de otro los chicos se lanzan a la piscina haciendo un mortal prohibido. 

Un comentario sobre «profecía autocumplida en la piscina»

  1. En fin… Está claro que hay gente poco empática, que salta enseguida cuando los que se están divirtiendo son un grupo de niñ@s de barrio multicultural. Si fueran unos rubitos blanquitos haciendose aguadillas o jugando a la pelota igual no les hubieran resultado tan ruidosos y molestos.

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