Por Jorge Bolaños Martínez
Erradicar el racismo de los campos de juego es un objetivo que parece lejano; sorprendentemente lejano. Nos toca vivir momentos en los que los discursos excluyentes están ganando terreno a la hospitalidad, a la convivencia, a la sensatez. Quienes tratan de propagar su ideología intolerante y supremacista tienen en el fútbol una herramienta eficaz. Se trata de un escenario donde predominan los sentimientos, donde el apasionamiento por unos colores puede confundirse con soflamas de cualquier índole. La visibilidad y la repercusión mediática están además garantizadas.
Pero, sobre todo, lo que más disfrutan quienes tratan de convertir los estadios en centros de propaganda racista es la impunidad. El acceso a medios económicos y materiales les permite desarrollar cierta capacidad logística y ejercer una influencia que muchas veces ha sobrepasado todos los límites. Hay bastantes casos en los que se justifica una conducta racista, presentada como reacción lógica, reviviendo el viejo y primitivo pretexto de culpabilizar a las víctimas de racismo. Es lo que sucedió hace unos días en la primera división italiana, cuando Leonardo Bonucci, jugador de la Juventus, inminente campeón de liga, dio alas a los ultras racistas que están proliferando en los fondos del Calcio justificando los insultos que recibió Moise Kean en Cagliari. Como muy bien apostilló Yaya Touré al recriminarle su actitud a Bonucci, ese tipo de insultos forman parte de lo peor que nos podemos encontrar en un campo de juego; especialmente en el deporte profesional.
Más recientemente, el delegado del RCD Espanyol respondió con insultos racistas a un aficionado del Girona, comunicando la Liga de Fútbol Profesional posteriormente que denunciaría al representante españolista por su conducta.
Precisamente para denunciar la impunidad ultra y sus expresiones racistas en las gradas FARE (Fútbol Europeo contra el Racismo por sus siglas en inglés) lleva veinte años de activismo en muchos países del continente, desarrollando sus campañas en diversos ámbitos: desde un marco de colaboración muy consolidado con la UEFA hasta el apoyo a
acciones directas en canchas y barrios.
El último fin de semana de marzo celebraron las dos décadas de lucha contra el racismo y la discriminación de cualquier índole en el fútbol. En la celebración, en el estadio de Wembley, estuvimos presentes Dragones de Lavapiés, debutando con orgullo como nuevos socios de la red europea. En FARE se encuentran presentes muchos de los valores positivos que Dragones de Lavapiés asocia a la práctica del fútbol y que nos movieron a poner en marcha esta iniciativa vecinal en el año 2014. El valor de la diversidad en todas las facetas de la vida, y la riqueza que nos aporta a todas las personas que tenemos la fortuna de disfrutarla, es uno de ellos. Pero también el poder del fútbol como motor de cambio social para la población más joven, como poder vertebrador de las comunidades en entornos como el de Lavapiés-Embajadores y como eje del desarrollo personal, incluyendo el desempeño académico de adolescentes y jóvenes.
En Wembley escuchamos el vibrante relato de Lou Englefield acerca de cómo FARE organiza la campaña Football v Homophobia. Según explicó, el impacto de sus acciones se ha multiplicado al lograr implicar a clubes pequeños o de divisiones inferiores empleando camisetas y balones de arcoiris.
Por su parte, la activista refugiada en Dinamarca y antigua capitana de la selección de Afganistán, Khalida Popal exigía medidas de protección en la práctica deportiva (lleva meses acusando al presidente de la federación afgana de fútbol de abuso sexual a niñas de la selección).
Un representante de la Fundación del Chelsea FC, junto a una responsable del área de inclusión y diversidad en la liga inglesa (The Football Association) y el de la Federación de Fútbol de Bélgica, en las entrañas del estadio Wembley, nos aconsejaron cómo presentar las propuestas desde entidades de base para lograr captar su apoyo o el de entidades similares.
Uno de los aspectos en los que se puso mayor énfasis durante el desarrollo de las jornadas fue lograr la plena implicación de los clubes y de las autoridades
deportivas para expulsar definitivamente a los racistas e intolerantes
de las gradas y los vestuarios.
Porque no es suficiente reconocer que el problema existe. Hay que poner en marcha acciones con todos los medios que los clubes y autoridades deportivas tienen a su alcance, que son muchos. No solo para cortar tajantemente la impunidad de los grupos ultras y cualquier forma de propaganda racista y excluyente. También para desterrar, de una vez por todas, el “algo habrá hecho para que lo insulten”. Desde todas las instancias del fútbol se tiene que imponer que no existe justificación posible para tales comportamientos en un deporte tan maravilloso como el balompié.